viernes, 20 de enero de 2017

Este jueves un relato: Tutores y tutorías

Aquel día la profesora tenía que seguir hablando del tratamiento del mito en "Song of Salomon". No era ni mucho menos la primera vez que hablaba de la novela de Toni Morrison y la clase estaba más que preparada. Quedaba tiempo, así que sacó "El País" de su cartera y lo extendió sobre su escritorio. La portada recogía una foto de la pancarta exhibida en Valencia en la protesta del día anterior, día Internacional de la Mujer Trabajadora "Celebramos nuestra fuerza. Ninguna agresión sin respuesta". Fue a la noticia en las páginas interiores. Otro año, las mismas cifras alucinantes de siempre; el texto la sobrecogió. Después leyó el artículo de fondo de una psicóloga que hizo resonar  unas palabras de la novela en su cabeza.

Entró en el Aula Magna con paso seguro, sacó el periódico y leyó en voz alta el artículo. Le gustaba sacudir sus conciencias, motivarlos a hablar. Luego lo enlazaría con la cita y ya seguiría con el análisis de la novela.  Esperaba que así sus alumnos participarán más; prefería que fueran ellos los que llegaran a interpretar aquellas páginas del libro, a ver la relevancia de aquellas líneas sin necesidad de decirlo ella primero.

Una vez leído el artículo, invitó a los alumnos a abrir el libro por la página 243, para leer la cita completa:  "Some women love too hard" ("Algunas mujeres aman demasiado"). Cuando acabó de leer el párrafo y levantó la vista, se percató de que una de las alumnas de la primera fila estaba llorando. 


Más tutores y tutorías en casa de San

domingo, 15 de enero de 2017

Este jueves un relato: ADELA


Los juegos de mi hermano me resultaban asquerosos y crueles. El tirachinas era su juego favorito.  Matar a una mosca, matar a una largatija, darle a una rata, darle a un gato... Yo tenía juegos más inocentes, los clásicos de niña. Yo jugaba a muñecas.
 
Muñecas, sólo muñecas... adoraba las muñecas en especial las que tenían tamaño y forma de bebé... les ponía nombre a todas. Recuerdo a Alberto un Nenuco de toda la vida, rubito, monísimo, con su trajecito de lana blanco y un poquito de azul cielo, como sus ojos. Y recuerdo a Adela, mi primera y única Nancy a la que mi abuela Adela, modista de profesión,  había hecho un abrigo rojo a medida. Y recuerdo a aquel hombre cliente habitual en el bar de la familia, la cara picada por la viruela y los años, la nariz roja y varicosa de maestro bebedor, que me preguntaba todas las noches cómo se llamaba mi muñeca. Una noche mamá me envió a dormir. Yo estaba en la cocina, agarré a Adela y le di un beso a la abuela. Asomé la cabeza al bar para decirle buenas noches a mis tíos que allí trabajaban; mamá me enviaba a dormir. Subir al piso de arriba, sola, a dormir, sin que mamá subiera, era un suplicio, siempre subía aterida, abrazando a alguna muñeca. Hoy era Adela... el silencio de la escalera, el frío de la escalera, meter la llave en la puerta, dejarla bajo la alfombra, la oscuridad y el vacío del piso misteriosos y amenazantes. Aquella noche, el señor de la nariz roja me siguió hasta el rellano y me dijo enseñándome todos sus dientes amarillos y podridos: "¿Me das a Adela?"

Más relatossobre jugar y juegos, siguiendo la propuesta de Verónica, en su blog: Censura


miércoles, 11 de enero de 2017

NO HABLARÁS EN CLASE



Temo tu silencio.

No el que callamos juntos atónitos ante un nuevo sol.

No el de después de saciar nuestros cuerpos.

No el del abrazo al final del día frente al televisor.

No son esos silencios los que temo, no.



Temo otro silencio tuyo… Ese silencio tuyo

que aprieta tus labios y enturbia tu mirada.

Ese silencio contrariado preñado de tempestad.

Un silencio de ciénaga que esconde un monstruo,

un silencio ceñudo, hiriente, juez,

un silencio sordo, amurallado

contra la súplica de mis labios y mis ojos.



Tu silencio se me atraganta,

Me ahoga, me estrangula, me anula.

Me devuelve a una silla de parvulario,

Castigada, atada y amordazada, sola.

Negada la alegría a la niña de mis cuatro años.

En tu silencio resuena

el silencio que pactaron mis abuelas.

Es el silencio de mis abuelos muertos en la cuneta.

Es un silencio asfixiante, anterior a la batalla.

Y yo quiero gritar, gritar, gritar.



Tu silencio me sienta en un banco gélido de la Gran Vía,

enamorada, junto a mi primer verdugo,

callado él, con las manos en los bolsillos.

Su perfil despectivo, inamovible, impertérrito.

Yo, aterrada, aterida, sin respuesta…

Huir, huir, ¡salir corriendo!

Todo antes que aguantar

un silencio estéril, acusador, castrante,

un silencio que susurra “no te quiero”.


Huir, huir, ¡salir corriendo!
Antes abrazar el silencio de las cuchillas.

Porque seguramente debo callar,

porque no tengo razón,

Por no haber hecho o pensado lo correcto.

Porque seguramente soy culpable, culpable, culpable,

De no quererte yo lo suficiente.

De tu dolor,  Amor.